miércoles, 4 de octubre de 2017

Cosas así

I

El otro día el Andrés me arrimó a casa después del Cineclub de la Piratería, al que voy religiosamente cada vez que puedo, tanto por el cine como por el Andrés. La Sofi estaba en San Martín, así que casa quedaba de pasada.
El Andrés me ofreció en voz alta y, entonces, el Manuel -que va todos los martes clavadito (más religioso que yo) a ver la peli que toque-, le pidió que lo acercara también.
-y a dónde vas Manuel?
-al puente Santa Fe
También de camino, así que el Andrés dijo que sí y nos subimos los tres.
Yo adelante y el Manuel atrás con su atado de frazadas para la noche y la calle, y no sé si algo más; en cualquier caso, todas sus pertenencias.
Cuando llegamos a la esquina de la Rioja y Santa Fe, el Manuel anunció que se bajaba ahí y extendió la mano desde atrás diciendo:
-unos pesos Andrés, para la nafta.

II

Renuncié a la escuela este verano. Pero ahora trabajo en una pública, informalmente, en un hermoso taller de escritura; que coordinamos los miércoles, en el 18, con el Mati Racedo, rapero lindo y más lindo su corazón. A donde llegué por el Mati Barnes, resonar de mis ondas, amistad crecida por derivaciones del amor, de la sinceridad a través de los años.
Dije que hacemos el taller los miércoles, y hoy es miércoles, entonces fui. Dije que renuncié a la escuela- y por eso no me entero de las cuestiones formales-. Hoy era PFNP (plan nacional de formación permanente), por lo tanto no había actividad.
Y yo me fui en colectivo desde casa hasta Granja de Funes II. Me bajé después del puente, doblé antes de la plaza, me armé el mate y caminé tres cuatras y media por la calle de tierra hasta la escuela.
Desde una de las casas, el Agustín me pegó un grito y estiró su mano, en saludo, por la ventana; y yo "venite al taller", sin saber, claro.
Cuando llegué, un camión en la puerta, unos hombres descargando bloques de cemento y un policía que me confirmó que eran los únicos y que en el IPEM de literatura hoy nada. Así que hablé por teléfono al amigo, para putear y reírme y me volví.
Otra vez pasé por lo del Agus y le cebé un mate, porque sé que le gustan. Retomé la marcha hasta la plaza en busca de un kiosco para cargar la tarjeta; porque encima me quedé sin saldo (en Providencia no había, y por ese motivo, a la ida me prestó una madre jovencita que viajaba con su nene en brazos).
El kiosco estaba cerrado y no abría hasta pasada una hora, yo tenía un billete de 100 y eso era todo, entonces qué hacer. Me crucé la calle al puesto de fruta y verdura que arman sobre la vereda (al frente de la plaza) y pregunté por cambio; para después seguir la cadena, y con el cambio pedirle a algún pasajero que me venda un boleto.
Pero no, me dijeron que no tenían, buscaron y vi que no tenían apenas más que unos billetes chiquitos.
Entonces la señora le dijo al marido:
-dale esos 12 pesos que eso sale el pasaje
Y a mí - después cuando pasás por acá me devolvés.
-bueno, pero vengo recién la semana que viene, mirenmé la cara- y me sonrío.
Es la primera vez que me detengo en el puesto.
Hasta hoy no nos conocíamos.

C.

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