martes, 7 de julio de 2020

en la infancia de Sara
el agua era una manta líquida
una víbora cantarina y gorda
bonachona antes de la tormenta
le decía arroyo por su arrullo
y el viento en los sauces completaba la danza
y su mamá le decía
"no vayan a la cañada, el agua viene sucia, se pueden enfermar"

Sara fue una experiencia austera
una vida larga
nueve décadas y media
con la raíz al suelo del mismo barrio
aunque estaba que quería irse
cuando la conocí
permanecían gorriones y venteveos
en la voz con que contaba
"¡Pobre madre! ella no sabía lo lindo que era meter los pies en el agua fresca en las siestas de verano, ni pescar mojarritas o viejas del agua"

se le había llenado la zona de kioscos
había cerrado el almacén de Don Pacho en algún año del siglo antes
se había caído el árbol-hombre que crecía enredado a ella
y sentía un cansancio de artrosis
y cordial le pedía a Dios
llevarse el trino a territorio de ángeles
dejar la corteza para algún fuego ajeno

cuando la conocí sonaba como un violín alejandosé
vibraba sus cuerdas al final de un concierto
esperando amalgamarse al río
silbar con la ventolera del otoño
arrastrando las hojas
bailar con el hermano muerto un valsecito
delicada y honesta
cuando la conocí
me avisó que se estaba yendo

tenía dos perras mimosas
que me recibían con ladridos y saltos
y el mate amargo en la mesa para mí
y el diario al lado suyo
y su tono como un cauce
todavía fluído
donde mojé los pies

C.

*el encomillado pertenece a "La vieja del agua" en Cuentos definitivos y otros relatos, Sara N. Vargas de Gerie, Córdoba, 2017.

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