lunes, 25 de septiembre de 2017

Jugarretas III

Salir de casa. Cruzar el puente y el río. Andar en bicicleta por Villa Páez de mañana, casi sin rastro de los autos. El sol en la frente, la vecina barriendo la vereda, el local pituco de la esquina abriendo, la calle ancha, las casas viejas. Los árboles llenos de hojas; las ramas, de flores rosas, rojas, celestes, violetas, blancas. Bastantes perros que saludo. Una brisa fresca porque es temprano (hay gente que duerme todavía, hay niños que ya entraron a la escuela). Pedaleo y siento y canturreo. Todo está abierto a percibir en mí. Adentro pedaleo y bailo. Extiendo mi sonrisa, miro estirando, agradeciendo, despaciando todo lo que veo.
Y así por Alberdi y Alto Alberdi y Santa Ana. Más perros, más árboles, más casas, más personas, más olorcito a pan criollo y a factura, más sol, más cielo. Y yo que parece que ando sola. Y que el ritmo de mi bici alza un tiempo sin tiempo, sin apremio, sin prisa, en el que voy meciendo.
Y así por Juan XXIII y El Trébol y ruta 20 y Matienzo. Y el espacio que va abriendosé después y más pájaros y el canal, y más pájaros y el olor a verde.
Y así hasta Favaloro Sud, pasando la Frontera, desde Providencia, pedaleando, esta mañana.
Para firmar un papel y volver.
Y qué importa para qué.
Cotidianamente me entrego a estos festejos.
Elijo.
Por eso hoy ando con los ojos limpios y la carcajada al salto, acá nomás, porque vengo sonreída desde antes. Y me siento tierna como una piedra ancestral; amorosa, efímera y simple, como un dios.

C.

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