tenés arena del Zahara
en un frasquito de plástico
que tiene pinta de haber sido de miel
me ofrecés tocar después de la cena
porque la sacaste para que jueguen les niñes
y yo, que no siento atracción alguna,
respondo empáticamente a tu entusiasmo
asiento
voy a tocar arena
porque tu corazón está alegre cuando me invita
hacés caer un poco en un plato cualquiera
y me lo das
entonces dejo que mis dedos la perciban
tan suave como una tela exquisita
tan fina que pareciera fragancia y no materia
fría
es invierno y noche
y este último adjetivo
adquiere relevancia y se repite
fría
a cada segundo y sucesivamente
pero mis manos se mueven por la arena
como por una piel que se empieza a conocer
se detienen y avanzan
observan las marcas que forma el recorrido
dibujan
juegan
agradecen
semejante inmensidad
esa peltre belleza desplegada
en un plato común
una cena de amigues
un invierno
en otro continente
y de pronto
me conmueve la intimidad del desierto
su abismosa elegancia
la paz extendida
que somete
a la desesperación
los golpes de los granos regados por el viento
y quito las manos
y vuelvo a agradecer
sin antes detenerme resignada
a guardar en mí
todo el desierto
C.
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