lunes, 11 de abril de 2011

manías antiguas

























Una supone unas incertidumbres demasiado hondas, y angustias de tanto virtualismo. Una estira los dedos de las manos con mucha fuerza, las yemas se sensibilizan, la palma se contractura, el brazo que resiste...pero nada.
Cuando era muy chica y me mandaban a la verdulería que quedaba en la esquina de casa, jugaba a cerrar los ojos, estirar así las yemas, sintiendo que podía aparecer algo que con los ojos abiertos no se iba a animar a venir. Creía también firmemente, con terquedad niña, que si hacía eso todos los días, como ejercicio o experimento, empezaría a entender el ruido de los pájaros, porque empecé a darme cuenta de que entre ellos se hablaban, que no era a nosotros que nos cantaban. Lo intenté hasta la manía y ya no recuerdo cuándo se acabó, pero a veces vuelve si estoy en la montaña cuando es de noche.
Ahora las manos empiezan a temblar bajito, de suposiciones de fantasmas, o de secretas  sospechas de amores y dolor, de candidez de extremos. Y tiemblan, arden, de deseos o recuerdos (ojalá de deseos). En la mirada nada. El oscuro de los párpados por dentro. A veces recuerdos de olores, o flores blancas chicas, de los jazmines en enredadera. Y también muchos sueños juntos: un despedida en tren, los túneles subterráneos, alicia maravillada de muertes en el limbo, el baile del norte en el infierno, con la misma canción en toda la noche, la testa de los dioses, la jauría. Pesadilla. Y de nuevo el sol claro, con humo enrarecido de mañana.

L.

1 comentario:

  1. estirar las yemas y cerrar los ojos, hacer cuerpo lo sensible que escapa a la racionalidad... eso siempre hermoso, y vos escribiendolo también. abrazo tan fuerte

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